31.10.08

MODERNAS MEMORIAS DE GUERRA


Y DE LO MÍO, ¿QUÉ?

Los facciosos, vuecencia, eran mala gente. No le digo más que me mató un cura al que pillé dando caramelos envenados a los niños y, vítima de la indignación, estaba desenfundando la Mauser ametralladora cuando el tío se sacó de lo profundo de la sotana un fusil y me madrugó. En la nariz dióme.

Pero peor fue la ofensa: los mismos niños envenenados me llevaron a una cripta, que es donde entierran a las monjas y a esos. Como los buenos demócratas habíamos sacado los esqueletos para bailar un rato había sitio y allí me tiró, entre esas tocas almidonadas que parecen aviones. Una humillación. Y, además, me quitó la boina, por estar en lugar techado y sagrado. 

¿Lo cosidera exageración, usía? Pues ya verá, ya: me volvieron a matar en Badajoz. Buen tiroteo que se armó allí: muchos nuestros rectificaron las líneas con éxito y se atrincheraron en Portugal. Pero yo, que estaba al lado de la legalidad, no tuve miedo. ¿Quién iba a meterse con un campanero, negocio próspero, porque le cobraba al párroco un buen dinero por cada toque de campana que daba. O sea, yo era el Comisario Campanero del campanero, el que le echaba las cuentas al cura antes de que se nos muriera despeñado del campanario.

Los enemigos de nuestra democracia se valieron de la bayoneta para pasar la muralla y, como les tiramos bien, anduvieron después como avispas y hombre que veían hombre que desnudaban de cintura p'arriba. Eran muy listos porque, como habíamos estado tanto tirando, teníamos algún morado en el hombro. Y era verte el morado y dejarte tieso.

Cuando me vieron me dijeron eh, tú, la camisa. Había tirado mucho, yo, pero es que uno se enceguece con la ametralladora y empieza a hacer que diga "una copina de Ojén" y esas cosas, de modo que no esperé a ver si tenia o no cardenal y eché a correr, tropecé con unos cascotes y caí muralla abajo. Se me salieron los hematites, me morí asesinado y fui de cabeza a la fosa siete.

Deje, déjeme terminar, su vuecencia, porque en Madrid, cuando me mataron, todavía sufrí más. Ya sabe que, cuando nos rendimos y salimos a abrazar a los nacionales, por si colaba, andábamos todos sueltos por la ciudad, cada uno con su uniforme. Nos repartían pan y vino y estábamos muy contentos, aunque fastidiados porque los facciosos nos sacaban fotos de hambrientos. Había facciosos franceses, ingleses, americanos, tirando fotos como si fuéramos muertos de hambre.

No lo éramos. Al menos los de mi unidad y me consta que los de otras también. Con las requisas llenábamos los almacenes y siempre había algo que roer. Mire las fotos. vuecencia, y verá como los milicianos andamos sucios, sí, pero no flacos. Los flacos eran civiles y bien que se notaba. Por eso, y porque llevaba la manta enrollada, me dijeron unos pistoleros falangistas: mañana, a las ocho, en Fomento. Si tienes un avalista, que venga contigo. Y me dieron una peseta de las que valían.

Tomé unos chatos con la peseta y me puse triste. ¿Quién me avalaría si me los había cargado. O sea, al vecino, que tenía cara de cura y cerraba el puño de modo sospechoso. A Maripí porque no tragaba con lo del amor libre y... esas cosas de guerra, vuecencia, si sabe lo que digo.

No me avalaría nadie y, a lo mejor, hasta me reconocían por aquello de Aravaca. Víctima de la desesperación, me metí en el Metro, que era gratis. Lleno de vencedores y vencidos, todos armados y me sentí mal. Esas cosas que pasan. Escogí a un fascista que llevaba bigotillo como nuestro ministro Maura, me tiré pa él, y a la vía cuado llegaba el tren.

A él lo mató pero a mí sólo se me llevó la pierna. Además, me sacaron y querían llevarme al hospital, aunque me insultaban mucho, rojo de mierda. Como eran tan crueles, seguro que me curarían, me pondrían una pata de palo y me afusilarían. Pero, por la parte de la pierna que se me quedó, también se me salieron los hematites, me puse blanco y casqué, víctima de la represión franquista y de mi democracia avanzada.

¿Cómo que en qué año nací, vuecencia? Yo se muy bien, de cuando Einstein vino a la República, que ya entonces el tiempo era como una goma y tan pronto podías estar ayer como pasado mañana. ¿Y qué tiene que ver si me he muerto tres veces? Serán cosas de ese sabio que siempre anda enredando. Además, no voy a dejar que otros más desorejados que yo se lleven las indemnizaciones por muerte y enterramiento antidemocrático.

¿Es que lo duda? Pues un fraile me hizo merced, me puso la mano en la frente muerta y me dijo "despierta, rojo cuentista." Volví a la vida y, como era de los que engañaban al pueblo, lo afusilé con la bayoneta.

¿Todas estas dudas por haber nacido en mil novecientos sesenta? No hay derecho, vuecencia. ¿Es que no puedo haber defendido la democracia? Tambien me mataron en 1959, huyendo del Valle de los los Caídos con siete cartuchos de dinamita para la causa y...  ¿no estará por aquí el Juez Garzón?

Arturo ROBSY.

30.10.08

NO GÉNERO: ¡SEXO COMÚN!


  ¿Y la
 resonsabilidad
 de la mujer?
Súcubo 
La moda social obliga a cumplir con la devoción del género. Por ahí se lee lo brutal, desconsiderado y abusón que es el sexo másculo. O sea, el "género" masculino. Alguna militante de la vulva opina que, pobrecitos, estamos sometidos a la tiranía de la testosterona, mala hormona.
                                                                                   
Pero el agravado problema de la violencia en pareja aumenta pese a la persecución. Y lo hace porque no habrá un claro análisis de estas barbaridades mientras el "género mujer" no asuma sus reponsabilidades. Se diría que no han oído hablar de que las prestaciones sexuales femeninas incluyen, sin descanso, un acto de dominación que trasciende incluso a bajar o levantar la tapa de la taza del water.

Con o sin hormonas, no hay hombre que no nazca de mujer ni que la mujer, desde el parto, no haya considerado suyo. ¿Es creíble que sólo lo varones sean violentos y nada las hembras? Lo son, de modo ajustado a su debilidad estructural. Pongamos que el hombre abusa, pega o maltrata a la mujer. Pero esta es la clásica bofetada de la que se dice "que corra." La mujer tiene a los niños y a los ancianos por debajo, y no es rara la violencia contra ellos.

Lo dicho: sin que la mujer reconozca alguna culpa y sepa qué mecanismos ayudan al salvaje a ser salvaje, no se vencerá la plaga ni habrá justicia equitativa donde, ante el juez, no hace falta demostrar nada frente a la sospecha de agresión masculina, lo que, también, es un estímulo para llegar a la barbarie "de género", que no es de todos los honbres, o del sexo masculino, sino de "fulano de tal," individuo. NO se olvide que, por otro lado, el "hombre" sigue matando muchos más hombres que mujeres: o es también violencia de género o es, sencillamente, delincuencia que los responsables no saben yugular, porque es el precio de la modernidad o de la democracia, como tanto han dicho.

El Rector Fumeque.